BIOGRAFIA DE LUIS XVI Rey de Francia - Características de su Reinado
BIOGRAFIA DE LUIS XVI DE FRANCIA: No fue la de un gran político; pero sí la de un hombre honesto, bondadoso y amante del bienestar de la nación.
Excelente padre de familia, celoso guardador de los principios legales, habría podido ser un buen monarca en tiempos menos difíciles que los que vieron el vendaval revolucionario de fines del siglo XVIII.
Pero ante el desencadenamiento de las pasiones, ante la crisis constitucional y el torbellino de los intereses que se hundían, Luis XVI no supo adoptar un camino claro ,quizá con la intención de evitar males mayores a Francia.
Aquella hora histórica exigía una actitud definida: o con la revolución o con la contrarevolución.
Navegar en los procelosos mares de las Asambleas revolucionarias, aceptar los símbolos y los hechos de la revolución, y negociar simultáneamente con las potencias extranjeras para reprimirla, era un juego mortal.
En él perdió la cabeza Luis XVI.
A través de la perspectiva histórica éste fue su sacrificio personal en el altar de muchos hogares franceses.
Porque no todos podían hallar, más allá de las fronteras, el cómodo refugio de los emigrados de la gran aristocracia.
Luis XVI quiso ser un dique que canalizara y regularizara el torrente de 1789. Su fracaso no mengua su personalidad.
El valor con que hizo frente a la muerte, le ennoblece más que su nacimiento.
Hijo del delfín Luis y de María Josefa de Sajorna, Luis XVI nació en Versalles el 24 de agosto de 1754.
A los once años, el 21 de diciembre de 1765, por muerte de su padre fue declarado heredero de la corona.
A los dieciséis casó con la princesa María Antonieta de Austria (16 de mayo de 1770) ya los diecinueve, el 10 de mayo de 1774, se inició su reinado en medio del fervor popular, pues se sabía que el nuevo monarca era hombre honesto y justo.
Reunía estas cualidades, en efecto; pero no las de firmeza y coherencia de criterio.
Sus primeros pasos los orientó hacia las ideas reformistas.
En 1774 nombró un ministerio en que figuraron Turgot, Saint-Germain, Sartine y Vergennes.
El primero inició una serie de garandes reformas fiscales, económicas y administrativas; pero ante la oposición de los privilegiados, Luis XVI claudicó y aceptó su dimisión (1776).
De modo semejante terminaron las reformas de Saint-Germain en el, ramo de guerra.
Una segunda oportunidad se presentó al monarca en la persona del banquero Nécker, quien por procedimientos fiscales extraordinarios logró cubrir los gastos de la intervención de Francia en la guerra de independencia de los Estados Unidos.
En 1778 Nécker intentó llevar a la práctica un programa de reformas parecido al de Turgot; pero fue derribado por la misma coalición de intereses.
Con él se extinguió el último intento reformista antes de la conmoción revolucionaria.
Luis XVI depositó luego su confianza en Calonne, hechura del conde de Artoís.
La monarquía vivió a base del crédito y del empréstito, hasta que la situación llegó a ser tan apurada que no cupo más remedio que exponerla al país.
Las reformas de Calonne fueron rechazadas por la Asamblea de Notables (1787).
Su sucesor, Lomenie de Brienne, le fue impuesto por la camarilla de la reina.
La debilidad de la monarquía era notoria, y los privilegiados obtuvieron la convocatoria de los Estados Generales
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Un nuevo rey de Francia : Luis XVI
Luis XVI, nieto de Luis XV, reinó por espacio de quince años antes de que estallara la revolución, años que fueron testigo de algunos éxitos del rey, aunque mucho más aún de desilusiones y reveses.
Fue aquel un período en que los problemas no cesarían de crecer y agravarse, hasta llegar un momento en que no se vislumbró ninguna solución posible; en suma, unos años de angustia y de continua agitación política.
• Vida y Reinado
Luis XVI (Versalles, 23 de agosto de 1754 – París, 21 de enero de 1793), fue rey de Francia y de Navarra entre 1774 y 1789 y rey de los franceses entre 1789 y 1792, que ostentó el título de duque de Berry.
Una época en que la cultura aristocrática del Antiguo Régimen llegó a su punto culminante y los privilegiados pudieron dedicarse sin trabas a una existencia frívola y elegante; los últimos momentos de una edad dorada en que la nobleza francesa saborea "toda la dulzura de vivir".
Algunos coetáneos perspicaces creyeron a la sazón que sólo un espíritu genial podría poner remedio a la pavorosa situación en que se hallaba sumida la monarquía en Francia.
Desgraciadamente, Luis XVI no era ningún genio y ni siquiera poseía una enérgica personalidad.
De él se ha dicho que en otras circunstancias hubiera sido un perfecto burócrata trabajador manual, pues poseía todas las cualidades requeridas para ello: orden, sentido del deber y extraordinario amor al trabajo.
El monarca era un hombre bueno, honrado y afable; precisamente el tipo de esposo que la reina María Antonieta calificaba, con su habitual desparpajo, de "pobre diablo", en carta dirigida a una íntima amiga.
En el transcurso de los años, el pueblo francés se forjó la misma opinión de aquel bonachón de Luis, que tampoco se parecía a un auténtico rey.
Era de carácter lento, torpe en sus maneras y hasta tal punto irresoluto que el solo hecho de tener que adoptar cualquier decisión significaba una verdadera tortura para él, careciendo además de voluntad y de confianza en sí mismo.
Luis XV apreció siempre sinceramente a su nieto, destinado a sustituirle. en el trono, pero sin forjarse la menor ilusión sobre su talento de gobernante:
"Este joven difícilmente sabrá enfrentarse con la chusma revolucionaria”.
Y, en efecto, Luis XVI permaneció indeciso entre los principios de la monarquía de derecho divino, en que fuera educado, y las ideas de reforma social esparcidas por todas partes.
La herencia que el destino reservaba a Luis XVI nada tenía de envidiable, y no obstante, el rey se hallaba dispuesto a ofrecer sus mejores energías para superar cualquier dificultad.
Comprendía que era necesario actuar para restablecer el prestigio de una monarquía tan gravemente quebrantada.
Luis XVI se esforzaba en demostrar que no era un déspota y creyó que daba suficientes pruebas de ello al restablecer los parlamentos abolidos por Luis XV.
Esto sucedió en 1774 y su consecuencia inmediata fue la dimisión de Maupéou.
El nuevo rey hubo de admitir poco después que dicha consecuencia no sería la única.
Los miembros del Parlamento eran rencorosos y no sabían olvidar, de modo que apenas restablecidos en sus funciones, emprendieron con renovada energía la lucha en defensa de sus derechos y de sus intereses feudales, enfrentándose de nuevo con la autoridad real.
En años sucesivos los parlamentos consagraron la mayor parte de sus actividades a obstaculizar las acertadas reformas que Luis y sus diversos ministros intentaron implantar en beneficio de la nación francesa.
• UN REY INEPTO
Cuando, en 1774, Luis XVI subió al trono de Francia, la situación de la nación era francamente desastrosa: los insensatos derroches de la corte y las guerras que se habían sucedido durante más de un siglo, casi sin interrupción, habían obligado al Estado a contraer enormes deudas públicas.
En un primer momento, pareció que Luis XVI tenía intenciones de aplicar algún remedio a tan catastrófica situación.
Llamó al gobierno a Turgot, el gran economista, quien declaró que si se quería salvar a Francia del caos, actuando con justicia, había un solo medio: limitar los gastos de la corte y hacer pagar los impuestos no sólo al tercer Estado, sino también a las clases privilegiadas.
La corte en pleno, apoyada por la reina María Antonieta, se opuso con todas sus fuerzas.
El rey se dejó convencer por los nobles y alejó a Turgot de sus funciones de ministro.
Esta actitud del soberano no sólo agravó la ya desastrosa situación de Francia, sino que hizo crecer aún más el descontento del tercer Estado.
Semejante situación no podía ciertamente durar mucho tiempo, y llevaba al desastre.
Ya que la nobleza y el clero, apoyados por el rey, no sentían el deber de reparar tanta injusticia, el pueblo decidió hacer justicia por su mano.
Y estalló entonces en Francia una de las más sangrientas revoluciones que recuerda la historia.
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